sábado, septiembre 17, 2011

Caminos



Despedirse, es iniciar al que se deja e iniciarse uno mismo, a la vez, en una relación compartida de otro modo, fuerte y poderosamente ligada a lo que sobrevive a la partida, a la mal entendida separación. No hay ausencia ni distancia, hay un nuevo territorio para el encuentro, pues nos hacemos oficiantes del recuerdo, de la celebración y del atesoramiento; nos volvemos coleccionistas, practicamos el escudriño de fragmentos, la excavación profunda en todas las dimensiones de la memoria, a través de las puertas que se abrieron, durante la reveladora tarea de conocernos. Se descubren entonces, innumerables luces y sonidos que, sin ausencia, no veríamos ni podríamos oír jamás, pues la presencia del que ha partido y de quien, simultáneamente, se queda, sería demasiado visible, demasiado ruidosa y demasiado tangible, para permitirnos apreciar las sutilezas de aquello que no percibimos, cuando estábamos cerca. La memoria nos abre horizontes hacia la comprensión y el entendimiento más acabado de lo vivido ayer y nos regala un conocimiento nuevo de los demás y de nosotros, nos permite crecer en esta comprensión posterior e ingresar a zonas de reconocimiento, aquellas que nos dan las herramientas para ser mejores caminantes, en este formidable viaje, donde el paisaje cambia, naturalmente, a medida que nos entregamos al movimiento y al instante presente, efímero y eterno en su dimensión espectral… y nos hace libres.



Las fotos pertenecen a Valery Olivares

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