miércoles, mayo 28, 2008

Sólo Continuidad

En las últimas décadas y a lo largo de la historia del desarrollo industrial en nuestra Civilización, las artesanías han ido adquiriendo valores agregados, puesto que al ser reemplazada la mano del hombre por las máquinas, las redes sistémicas de antaño, tejidas con el trabajo, la prestancia y la creatividad rudimentaria, nos parecen hoy una hazaña, ya que los adelantos tecnológicos hacen innecesario el uso de las capacidades naturales de la especie. Cuando digo capacidades naturales, me refiero a todas la inteligencias que poseemos, el instinto, la fuerza, las energías internas y la magia de elaborar maravillas con pocos recursos, nuestra imaginación y nuestras manos.


Aquellos a quienes el cambio de época nos encontró en la mitad de la vida, conocemos el anverso y reverso de esto y, desde una perspectiva dual, realizamos un proceso de transición, por cierto, muy interesante, puesto que nos otorga una competencia bilingüe en dos mundos regidos por códigos diferentes, No obstante, existe una grieta, un surco vacío entre ambos territorios, un agujero en el tejido que ha de ser llenado, zurcido o vuelto a tejer, a fin de que el conjunto sea una unidad armónica.

Debo aclarar que no estoy en contra del devenir de los tiempos, por el contrario, me parece que si estamos inmersos en un proceso dinámico, en modificación permanente, hemos de sacarle partido, tanto a lo que nos otorga, como a aquello de lo que nos despoja, puesto que en todo lo que hacemos hay pérdidas y ganancias y, para que una empresa prospere, hay que darse a la tarea permanente de calibrar ambas en la balanza, considerando que nuestra mayor empresa es la vida y el capital que apostamos en ella tiene su origen, su sustento y su continuidad en los registros de la memoria.


Sin duda, las nuevas tecnologías han facilitado la operatividad del macro y los micro sistemas, agilizando las comunicaciones a todo nivel, sin embargo, junto con dejar obsoletos los antiguos medios, han catapultado el poder de transmitir sub-textos fundamentales en la significación de toda comunicación integral que, en esencia y en su proceso, encerraban éstos. De este modo, hoy en día saborear un plato de comida casera, llevar una prenda tejida a palillo o encontrar entre los tratos viejos el pequeño lustrín que nos hizo el abuelo, por ejemplo, constituyen un verdadero regalo para el alma hambrienta del individuo en transición, pues en esas antiguas creaciones, se halla el alimento esencial que nutría y fertilizaba las corrientes vitales internas que sustentaban las relaciones sociales y, por supuesto, familiares, y en cada evocación que estos hallazgos nos provocan, descubrimos ese pedazo de alma que, al parecer, nos ha sido hurtado.


Pienso que esto sucede porque a medida que adquirimos nuevas herramientas, vamos dejando atrás las anteriores sin recapitular, sin despedirnos de sus significaciones y los círculos abiertos provocan el vacío y el hambre de algo que nos alimentaba y que ya no tenemos. No obstante creo firmemente en la re-edición de lo viejo, en tanto material rescatado entre todo lo que habremos de desechar por no sernos ya útil. Lo que se rescata es el légamo, el barro, la sustancia esencial que nos pertenece por herencia histórica, aquella que nos aportó la fuerza para avanzar y aventurarnos en territorios que nos parecían ajenos, la mirada profunda, valiente y sincera de quien sabe dejar vivir lo que tenga que vivir y dejar morir lo que tenga que morir y la capacidad de asombro que nos impulsa, constantemente, a la re-edición de lo que somos, sin olvidar jamás nuestra esencia, pero escudriñando y aprendiendo del presente, para mirar lo viejo con ojos nuevos.

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