
Surge la necesidad de escribir acompañando a la de morir, lo que es equivalente, puesto que la primera es una forma, una arista de la segunda.
Morimos en el texto, en el escrito, cada vez que damos sepultura, en la página, a un trozo de pasado...y en el mismo lugar, blanco y estático, solemos asesinar pedazos de fururos probables.
La escritura es un bello suicidio, necesario para el hombre desde las manos tatuadas en la roca, allá en el Paleolítico y la Escena de Caza en la Caverna Rupestre, morada y ataud de una nostalgia adherida a las células del cuerpo, que también es morada y ataud de esta desesperación que somos en escencia.
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