jueves, enero 29, 2009

Cajoneras para la memoria


Para quien no lo sabe y, haciendo acopio de todo mi optimismo, para los potenciales lectores en un eventual futuro, la caja de recuerdos era una caja de cartón forrado en tela o papel estampado de regalo o de seda, que contenía cartas, flores secas, papeles de dulces, fotografías, dedicatorias, estampitas de Bautismo o Primera Comunión, boletos de viaje o entradas al cine y todo tipo de recuerdos significativos para su dueña porque, eso si, era uno bjeto eminentemente femenino.


Este adminículo solía incorporarse a la cotidianidad femenina cuando la madre, hermana mayor, prima o amiga entrañable de la niña más chica de la casa, descubría el montón de cachivaches que ésta guardaba celosamente en un cajón o tenía dispersos por los rincones más insólitos de su pieza, bajo la estricta advertencia de que nadie los tocara; entonces venía la consabida pregunta – Pero ¿ Cómo ? ¿ Tú no tienes una cajita de los recuerdos ? -. Desde ese momento y durante toda su vida, todos los retazos materiales de cada momento significativo de esa mujer, iban a parar a la misteriosa caja; era común llevarla consigo en cada cambio de residencia, de ciudad o hasta de país, si era el caso, incluso si esa mujer se casaba, llegaba a su nuevo hogar y a su nueva vida, con ella a cuestas. Guardaba el laborioso proceso de selección y descarte – pues ésta se ordenaba y renovaba periódicamente -, de elementos importantes de construcción identitaria. Por ello, la caja se abría a solas y, si se hacía con testigos, era exclusivamente para compartir historias de vida con hijas, nietas o amigas de toda la vida. Las había de distintos tamaños y colores y, por supuesto, por fuera eran todas diferentes y, a la vez, en esencia, muy similares entre sí.


De este modo, estructuraban un código secreto personal y, al mismo tiempo, compartido y genéricamente unificador, por lo tanto, funcionaban como instrumentos educativos que cobraban todo su sentido y su valor en tanto generadores de un lenguaje que combinaba la oralidad y los sentidos visual, táctil, olfativo..., siendo éste, transmisor de experiencias, conocimientos y sabiduría intuitiva, a la vez que sistema resguardador del formidable capital de potenciación personal y social que es la memoria. Constituían, en consecuencia, un tesoro entrañable para las mujeres del, desde hace nueve años, remoto siglo pasado y pueden encontrarse aún, al fondo de los armarios de las pocas madres y abuelas que, a los adultos de hoy, nos van quedando.

1 comentario:

La Dama Blanca dijo...

Que bonito,yo guardaba esas cosas (y conservo la mayoría), pero no sabía que había tanta tradición, ni siquiera sabía que tuviese nombre "caja de los recuerdos". Lo apuntaré para hacerselo a mis sobrinas.

besos